San Pedro Masahuat, La Paz Oeste. 4 de octubre del 2024. En el marco del proyecto «Creando iniciativas sociales de mujeres para garantizar la soberanía alimentaria sostenible y la justicia ambiental», organizado por ORMUSA y financiado por el Fondo Centroamericano de Mujeres (FCAM), 25 mujeres de la comunidad de San Pedro Masahuat han dado un paso crucial hacia la construcción de un futuro más justo y sostenible para sus familias y su comunidad.
Con dedicación y esfuerzo, las 25 mujeres culminaron exitosamente la segunda fase de la Escuela de Horticultura, un proyecto que no solo les ha proporcionado herramientas para cultivar sus propios alimentos, sino que también ha transformado sus vidas al crear una red de apoyo entre ellas y fortalecer sus vínculos con la tierra.
La escuela, impulsada por ORMUSA, ha sido mucho más que una serie de capacitaciones técnicas. Para Johana Lisseth Corbera Morales de San Pedro Masahuat, esta experiencia ha marcado un antes y un después en su vida: «Agradezco a Dios y a las instructoras por todo lo que nos han enseñado. Antes no sabía cómo hacer un M5 ni la hormona de bambú. Fue la primera vez que lo intenté, y aunque no fue fácil, lo logré y ahora puedo decir que lo domino. Es muy importante aprender algo nuevo cada día. Ahora, cada vez que invito a alguien a unirse, me siento orgullosa de saber que podemos seguir creciendo juntas”, comentó Johana.
El valor de estos aprendizajes va más allá del conocimiento técnico. Las participantes han encontrado en la horticultura una forma de reconectar con la tierra, reducir los costos alimentarios y compartir sus logros con sus familias. Carolina Rosales, otra de las graduadas de la Villas de San Pedro, expresó: “Antes no sembrábamos para consumo propio. No sabíamos cómo hacerlo o no pensábamos que fuera posible. Pero ahora, con lo que hemos aprendido, una planta de tomate o una mata de chile se convierte en un recurso valioso en casa. En estos tiempos, cuando todo está más caro, cada fruto que logramos cultivar es un alivio para nuestra economía familiar”.
Para muchas de estas mujeres, la horticultura no es solo una técnica, sino un respiro frente a las responsabilidades diarias. Ivania Granados, otra participante de Villa de San Pedro, destacó el valor emocional de estos espacios: “Estos momentos son muy importantes para nosotras. No solo aprendemos, también nos distraemos de los quehaceres del hogar. Aunque estemos con nuestros hijos, es un momento muy nuestro. Compartimos, reímos y aprendemos cosas nuevas. Aunque sea una palabra, en algún momento de la vida nos sirve”, mencionó con una sonrisa.
La segunda fase de la Escuela de Horticultura se centró en la aplicación práctica de los conocimientos adquiridos en la primera etapa. Con la guía de las instructoras, las participantes enfrentaron nuevos retos, como la creación de productos orgánicos, la preservación de semillas y el manejo de cultivos en suelos complicados. “Este proyecto tenía como enfoque la creación de un banco comunitario de semillas orgánicas y criollas, adaptadas al suelo de la zona, que es propenso a inundaciones y afectaciones climáticas. Con 20 jornadas de trabajo intensivo, las mujeres no solo aprendieron a elaborar abonos y repelentes naturales, sino que también mejoraron sus prácticas, lo que les permitió aumentar la calidad de sus cultivos”, explicó Katia Panameño, técnica de ORMUSA, durante la clausura simbólica del proyecto.
Este banco de semillas representa un tesoro invaluable para la comunidad. Las semillas orgánicas que ahora resguardan son el fruto de generaciones de experiencia y conocimientos agrícolas adaptados a las condiciones locales. «Estas semillas no solo ayudan a mantener los cultivos, sino que también son un legado para las futuras generaciones, quienes podrán aprender y continuar esta tradición”, destacó Katia.
A pesar de los desafíos, como la cercanía de la comunidad con el aeropuerto y la alta demanda de trabajos temporales, muchas de las mujeres lograron equilibrar sus responsabilidades laborales con las jornadas formativas, lo que demuestra su determinación y compromiso.
Para ORMUSA, el éxito de esta iniciativa va más allá de los conocimientos técnicos adquiridos. El verdadero logro está en la transformación de las mujeres y cómo ahora se perciben a sí mismas y su rol en la comunidad. «Lo más valioso que he aprendido es que como mujeres debemos tomarnos tiempo para nosotras mismas», reflexionó Carolina Rosales. «A veces nos sentimos estresadas y no sabemos qué hacer, pero aquí aprendí que es necesario darnos un respiro, porque si nos enfermamos por el estrés, no podremos cuidar de nuestras familias. Tomarnos este tiempo es vital no solo para nuestro bienestar, sino también para seguir adelante con nuestras responsabilidades».
La escuela de horticultura ha concluido esta fase, pero el impacto en la vida de estas mujeres apenas comienza. A medida que siembran y cosechan, están sembrando también una semilla de esperanza para el futuro de sus comunidades. Son el ejemplo vivo de que, con apoyo, capacitación y compromiso, es posible transformar la realidad y construir un futuro más sostenible y justo para las generaciones venideras.
Este tipo de proyectos no solo empoderan a las mujeres, sino que también generan una comunidad más resiliente y unida, preparada para enfrentar los desafíos ambientales y económicos del futuro. Como bien lo resumió Ivania: «Es importante que sigamos apoyándonos, no solo entre nosotras, sino también a ORMUSA, porque gracias a ellas hemos obtenido muchos beneficios. Espero que Dios nos permita seguir aprendiendo y creciendo juntas en las próximas actividades”.
La historia de estas mujeres es un recordatorio de que el cambio es posible cuando se trabaja en conjunto, y que el conocimiento compartido es la herramienta más poderosa para construir un mundo más equitativo y sostenible.